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El extravagante Richard

El extravagante Richard

Cinco contra cinco ·

Berni Rodríguez

Martes, 28 de noviembre 2017, 00:20

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He de reconocer que cuando yo era un preadolescente jugador de baloncesto mi carácter no dejaba de ser un punto ‘difícil’, por otro lado propio de la edad: a veces protestaba a los árbitros, me enfadaba conmigo mismo cuando las cosas no me salían bien o cuestionaba decisiones de los técnicos. Durante una temporada, en categoría infantil (13-14 años), mi padre fue mi entrenador y, como era natural, no admitía estos comportamientos en sus jugadores y menos en mí.

A la hora de corregir conductas, él siempre ha preferido utilizar métodos de convicción antes que de coerción. Un día se sentó delante de mí en el vestuario y me contó la siguiente experiencia personal: «Cuando yo jugaba apareció un día en un entrenamiento un joven con una apariencia un tanto peculiar por no decir extravagante: vestía una túnica china, cubría su cabeza con una chapela vasca, calzaba unas sandalias con calcetines y portaba un maletín de cuero a modo de bolsa de deporte. Se dirigió a nuestro entrenador para decirle que era estadounidense, que estaba en Málaga estudiando español, que le gustaría jugar a baloncesto y que si podía entrenar con nosotros. Mi entrenador de entonces, que no perdía ninguna ocasión en la que pudiera disfrutar de un poco de cachondeo, ante la pinta de aquel individuo y viendo que podía dar mucho juego, le dijo que sí. Pero resultó que el tío jugaba de maravilla con lo que, evidentemente, se quedó. Un día, antes de un partido, entrábamos un compañero y yo al vestuario cuando vemos a Richard (que así se llamaba) sentado, con su maletín de cuero abierto entre sus piernas, mirándolo fijamente y haciendo extraños gestos con sus manos, que las tenía en su cabeza. Nos quedamos paralizados, nos miramos y, aguantando la risa, pensamos lo mismo: una extravagancia más. Como no podíamos quedarnos en la duda, le preguntamos que qué estaba haciendo y nos contestó: ‘Estoy echando en el maletín todas las cosas negativas que traigo de fuera, mis problemas, mis iras, mis preocupaciones… porque quiero jugar sin que nada me distraiga en mi juego; si estoy preocupado, enfadado, triste o protestando, mi mente estará ocupada en ello y no me dejará ver al compañero al que le puedo pasar el balón para que meta canasta o se me escapará el jugador al que tengo que defender. Quiero jugar bien y ser feliz mientras juego››. El ‘extravagante’ Richard salió del vestuario y, como siempre, jugó bien; al mismo tiempo nos dio una valiosa lección».

Mi padre no dijo nada más, se levantó, se fue a la pista y me dejó reflexionando. Con el paso del tiempo me fui dando cuenta de la verdad de aquellas sabias palabras. Como suelo decir yo, bastante complicado es ya de por sí el baloncesto, especialmente en el plano emocional, como para además traer de casa alguna cosa más. La manifestación en el juego de las emociones negativas sólo puede llevarnos al error o al fallo.

Aquella lección de mi padre intento aplicarla en todos los ámbitos de mi vida.

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