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El 'mosquito'

Cinco contra cinco ·

berni rodríguez

Málaga

Martes, 2 de enero 2018, 00:16

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Después de mil viajes a cientos de destinos diferentes, comprenderán que me han ocurrido infinidad de cosas, muchas simpáticas y graciosas y otras no tanto. De la que os voy a hablar hoy pertenece al segundo grupo.

Con tantos partidos durante el año, uno de los objetivos a la hora de viajar es volver lo mejor y lo antes posible para así poder descansar, ya que un nuevo compromiso se acercaba en uno o dos días. Esa locura de partidos es algo que, afortunadamente, se puede disfrutar desde hace muchos años en Málaga (especialmente ahora con el nuevo formato de competición de Euroliga).

Pues bien, una de las opciones que tomábamos durante algunos años en mi época en el Unicaja era viajar con un vuelo chárter; es decir, un avión que era enteramente para el equipo, con la enorme ventaja que eso suponía, ya que podías volver de manera inmediata a casa tras el partido. Eso se traducía en más horas de sueño y descanso en tu cama y con tu familia.

El problema era que en algunas ocasiones volábamos en ‘el mosquito’. Intento describirlo lo mejor posible: avión (avioneta) con 17-18 plazas (ni una más), en el que te indicaban dónde sentarte dependiendo de tu peso (para no ‘volcar’). Imaginen lo pequeño que era que, cuando estaba ya en la puerta para entrar, podía apoyar los brazos y ver sin ningún problema por encima del techo (mido 1’97 metros y soy de los ‘bajitos’). Con un ruido infernal durante todo el vuelo (avión de hélices), se movía mucho, y cuando digo mucho me refiero a mucho, mucho.

Tuvimos abundantes vuelos con nuestro querido ‘mosquito’, y tengo que decir que era un gustazo llegar a descansar a casa tras el partido, un privilegio que podían costear sólo algunos clubes y nosotros podíamos hacerlo... pero es que daba un poco de miedo.

Durante uno de los vuelos, de esos en los que se despega hacia el mar, al momento de salir uno de los pilotos abandonó la cabina y se puso a mirar los motores ante la sorpresa de todos. Volvió dentro. A los pocos segundos salió de nuevo y siguió chequeando con la cara un tanto rara. Nuestra sorpresa tornó en preocupación cuando insistió con la puerta y la zarandeó, regresando rápidamente con su compañero a cabina. Justo a continuación nos informan de que tenemos que aterrizar de manera urgente. No nos dicen nada más. Nos miramos unos a otros. Esto no tiene buena pinta. Estando sobre la bahía de Málaga giramos y descendemos a una velocidad inusual en un vuelo con pasajeros. En menos de un minuto estábamos tocando tierra de vuelta al aeropuerto. Mucho miedo se respiraba y algún grito se escuchó entre los asientos. Un par de jugadores vomitaron. Todos con mal cuerpo. Ya en tierra firme y tras unos minutos todo estaba supuestamente solucionado, pero nos negamos a volver a volar en ese mismo avión. «Mal cerrada la puerta por problema mecánico con riesgo de despresurización de cabina», fue en lo que consistió el pequeño problema.

Al día siguiente reanudamos nuestro viaje ya más calmados en tren. Fue un comienzo muy malo que tendría un final fantástico. Era el año 2005 y viajábamos a Zaragoza. ¿Saben a que íbamos? A ganar la Copa del Rey.

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