Alfonso Queipo, Bonilla, Corrales, Meliveo, Del Nido, Castillo, Rabaneda, Guachi, Baena, Oliver, Espejo, Chacón, Llorca, Palomo, Bravo y otros, dirigidos por Manolo Jato, fueron en el estadio La Rosaleda protagonistas de una eliminatoria de la Copa del Generalísimo frente al Estudiantes de Martínez Arroyo y Aíto en los 60. Durante años y años, este fue el recuerdo mítico de la historia de nuestro baloncesto. Aquellos hombres inolvidables fueron los primeros jugadores malagueños en romper barreras y marcar un camino.
Después vinieron campeones del mundo, como Germán, Berni y Carlos, estrellas en los grandes títulos anteriores del Unicaja. Antes, Gallar, Pozo, Gómez, Rosa, Sánchez-Pastor y alguno más hicieron de puente. Como adelantado a su época, Nacho Rodríguez, al que su paso por San Estanislao y Maristas, además de sus extraordinarios logros, lo convierten en legítimo orgullo de nuestra cantera. Imposible olvidar a Dani Romero o Ernesto Serrano, niños precoces ambos que de adolescentes ya alternaban con los profesionales del primer equipo.
Desde ayer, todos ellos se ven reflejados en Alberto Díaz, legítimo heredero de los mejores jugadores nacidos en nuestra ciudad y un gran ejemplo para la juventud malagueña, no sólo por su progreso continuo e imparable como está demostrando, sino también por su vida fuera de las canchas. Málaga ya tiene otro ídolo deportivo, y nuestros jóvenes, un ejemplo a seguir.
Que nadie se engañe: el Unicaja sólo ha alcanzado grandes logros cuando ha contado con protagonismo estelar de hombres de nuestra tierra. Sin Alberto este triunfo habría sido imposible, tampoco habría llegado a la cancha la energía alegre, inconfundible y única de una afición que se encendió con cada robo o con cada canasta del base malagueño en el histórico partido del viernes pasado.
El Unicaja es un club de cantera. Con ese objetivo nació, y apartarse de ese camino ya sabemos que no lleva a ninguna parte.
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